24/9/11

Entre dos fluidos




En estos días que he podido salir a caminar y a nadar, sobre todo en el mes de septiembre, disfrutaba de dejarme llevar por un agua cristalina, transparente, tranquila, sosegada, frágil, distraída y traviesa que se movía al ritmo de un vals sencillo hoy y mañana de un charlestón con olas bastante fuertes.

Al hacer "la plancha" o " el muerto" pareciame que dormía sobre un colchón suave, de agua, de espuma de mar.  El agua eliminaba de mí toda brusquedad, todo mal sueño,  las negatividades que me invaden, las víboras que rompen la estabilidad diaria. El mar abrazaba la espalda  peinaba el cabello, relajaba los músculos y relajaba tanto los nervios que era imposible marcarse de allí. De cuando en cuando daba la vuelta y sumergía el rostro en el agua. O lo colocaba de lado para poder respirar. 

Rra tal la sensación de paz, sólo atropellada por alguna pequeña ola que golpeaba la cara que no quería moverme de allí. Parecía que dominaba todo: el aire, el agua, el calor del sol, la luz,  que podía hacerlos míos pero eran, a la vez , de todos. 

Y entonces la realidad comenzaba su especulación: en el fondo veía, como en una clepsidra gigante, los malos momentos que hice pasar a los demás, las palabras violentas, los momentos dolorosos, de sufrimiento, los sentimientos lanzados, sin pensar, contra gente que desconocía, mis obsesiones, las trágicas consecuencias de mis pecados. 

Metía la cabeza en el agua y rompía a llorar, alejándome, gradualmente, de la zona de bañistas.

El mar volvía a darme la vuelta y pretendía que el sol sufragara los pecados cometidos sin culpa alguna, a base de calor. volvía la tranquilidad. Siempre hay solución para todo: pedir perdón, intentar contener los nervios, alejarme de personas y situaciones donde no debo meterme, romper con otras, erradicar de mi vida todo lo negativo . Y volvía a darme la vuelta.

Entonces la vi. Su rostro era pálido y sus cabellos rojizos. Tenía enormes ojeras y su piel era sumamente blanca. Bajó a la playa enfundada en un chandal de color azul verdoso, igual que el color del agua y una bolsa roja, sanguinolenta, furiosa. 

Miró en la dirección del sol y me dirigió una sonrisa. El mar comenzó a envalentonarse y las olas aparecieron de repente. Los  jóvenes salvavidas nos sacaron del agua.

Entonces recordé que había pedido morir de un paro cardíaco nadando en un temporal. 

Quizás fuera ella que venía a buscarme. Al menos a indicar que sí, que me haría caso, que ese sería mi final. Pero no era el momento. 

Subió sobre la arena, se enfundó el chándal  y se quedó dormida en la orilla. Y ya no he podido volver a rezar.

Creo que tengo que empezar a pedir perdón a muchísima gente. Mi deseo será concedido.

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